Tristecito

Cada emoción se incuba en lugares diferentes dentro del ser. Éstas han de reposar en un pedazo de espacio donde la luz es tenue y rojiza, como la de los bares donde los despechos entran a ser exorcizados. Se aprietan los objetos en pos de perjudicar la calma, se caen solos, se vuelven nada…estorban, se achican, se agrandan, inician las formas de una ruta no especificada, las paredes vuelan, las piernas se alargan, el pecho se ensancha. En resumen, el mundo es pateado estando vos adentro, sos la hormiga debajo del sol, debajo del niño malo, debajo de la lupa. En el mundo de las emociones gana la asimetría, muchas veces la histeria, también la alegría, los cielos mortuorios y los azulitos pastel, las voces filosas, los labios rosas, la mies sin boca. 


La tristeza, por ejemplo, conocida por ser del mismo color de los ojos que la manifiesta, se compone de la esencia más tóxica del único cubículo de la memoria. Sí, al fondo a la izquierda. Dispuesta en un centro de ingravidez, en medio del esternón se muestra de múltiples maneras, pregúntele a su mamá cuando su papá le dejó. Es una emoción que de casualidad se le sabe el nombre, es tan camaleónica y sagaz, que de su cura también se sabe poco, pero por voz unánime la ahuyentamos con chocolate. En consecuencia nos hace de niebla, de alma bifurcada, descompuesta y espesa entre la paz; es un sentimiento de brazos gordos que no te deja pasar de largo, te tumba y se abalanza contra lo poquito que ha de quedarte de corazón. Grita, te enmudece…y ella sin saber hablar. 
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