Cuidados intensivos

Sangras mi tinta cansada de escribirte; cuántas veces caminando de puntillas por tus manos, entre charcos y matorrales, caí, morí y resucité para que me dieran la bienvenida, dispuesta en mi inocencia flagelante. Agujero al peor de los vicios: la ceguera. El no creerle a los ojos lo que decían que veían. Me heriste la palabra, sabiendo que es la dulce lengua en la que reposo. El ardor, el aguacero, las compañías heridas, las frases sudoríficas que delatan, la hemorragia…
Ya cansada te invito a apagar la luz y dejarme el lado absoluto de la cama. 

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