CÁPSULA N° 42: CITA A CIEGAS

Y mientras me quitaba la camisa de fuerza, noté la elegancia de aquel chaise longue, y le propuse jugar a la psicóloga. 

La luz era tenue, el clima fresco, la noche cómplice. Su mano condescendiente se paseó por mi cintura, como si fuese ésta una parada obligatoria y con esa habilidad de donjuán consumado deslizó su primera confesión sin saberlo, la extraje con humo y tacto. En el aire había cierto encanto vudú y entre aquella fantasía se vislumbraba su sonrisa, más hermosa que la que pedí. Tierna, sincera, pero sobre todo letal. Llegó al corazón a irrumpir su función vital, cayendo con un peso ligero a debilitarme las rodillas. Pero había más diversión en dejar eso pasar y homenajear en un recorrido fugaz los lunares de su cara. Para entonces, ya había sorprendido como un flash mi menudita constelación. No tenía ojos más que para él y su boca rosa que, junto a la mía, encontró redención. 



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