Junio Veintitrés
Los vicios y su insistencia en hacernos su fetiche, su juguete sin pataleo. Tu cara, por ejemplo, mirándome
como contemplando una tierra recién descubierta que pasó de ser misterio a
salvación, de tragedia a gloria. Podría entregarle a la vida mi memoria, y dejar
atrás lo que vaya viviendo justo en su momento, vaciarlo todo en un espacio optimista que se quede con lo bueno y deseche lo que no distinga, aprecie o
comprenda.
Hay vicios a los que me entregaría sólo por hastío al resto de las
cosas que no me gustan, como dar explicaciones, hablar o fingir simpatía por
algo que a solas no me causaría ni la menor chispa de risa. El vicio de la
mudez, de escribir y escribir y escribir y escribir y escribir y sentir que con
escribir respiro. Embriagarme de este silencio siempre tan consolador y oportuno
entre mis labios. El vicio de ser mulata y no cambiarlo ni que pudiera. El
vicio de contraerme en llanto por experiencias frescas. De ser
constante hasta despellejarme, por pasión o terquedad, haciendo valer el primer
paso con el resto de kilómetros recorridos. El vicio de narrar el trayecto, de
ponerle comas a los barrancos y suturas a los cuadros moribundos que la memoria
de arriba no quiso sostener.
El vicio del intento. Por
ejemplo, podría intentar labrar mi camino y dejar de recorrer el tuyo, de usar
tus zapatos, de mirar por tus ojos y pensar con tu cabeza. Podría. Me gustaría
dejar de tener el esófago obstruido de tristezas, las ganas queriendo tomar forma y acabar
con esta rabia palpitante en una escena de crimen perfecta que arme con mis
propias manos.
Me entregaría al vicio de retirar balas de mi cien y convertirme en el proyectil que asesine tantos delirios.
Entregarme a la torpeza de ser sólo yo, feliz en la franqueza, roja de risa sincera, desnuda bajo una luz bajita, flotante, dándole aplausos a mi euforia
por árboles con nariz y cielos cenizos, inyectando de sentido los instintos,
tolerando mis breves episodios de …bueno.
Podría entregarme al vicio de
dejar el tiempo correr, de tocar con calma eterna mis pezones bajo jabón, de
venir a hacer aquello por lo cual he nacido, de sofocar mis osadías y pudores en la misma cama, de dejar a la orden de la depresión mis musas súper putas, de echarme
a andar en paz porque se que nadie me espera.
Entregarme al
vicio desesperado de ser feliz.
[ ]
Si yo fuera mulato tampoco me cambiaría.
ResponderEliminarBesos.
El vicio de morir y resucitar cada vez que nos de la gana. ¡Excelente!
ResponderEliminarQué buen texto Michelle.
ResponderEliminar