La sangrada escritura



Brotan como retoños los besos, se desprenden del antojo y aúllan de madrugada cuando nuestra geografía se reserva para ser besada. Promiscuos los desvelos que protagonizan tus manos, frutas frescas que de toque en toque maduran y se mojan. Toda la furia en tu boca. La beso, me besas, los labios al sur se desglosan. Volamos entre velos que aíslan mareas para noches donde la histeria se confiesa ante la calma. Coloreadas las pupilas de un verde ceniza, dan la bienvenida a esos suaves aromas que la brisa emana. Entran por la ventana noches de medio tiempo, le dan frío a tu cuerpo, ese que a tu alma plural arropa. Se distingue el momento donde son menos mecánicos los instintos, más líquidos los pensamientos, más altos los sonidos que se posan en lo que tu respiración regala. Los tuétanos enterados que están revestidos de suturas musculosas viajando desde la espalda hasta un paraíso erizado. La melodía densa que impulsa sangre por tus sienes hasta la razón. De la que careces. Tú… y esos pestañeos que recapitulan su poquita fuerza en aquella lánguida mirada.

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